A sus 77 años recién cumplidos, doña Rosa continúa brindando sus servicios de sanadora herbolaria en su hogar o a domicilio. Ella empezó con el oficio hace más de 40 años, cuando ella misma se enfermó después de un parto. Sentía el cuerpo desecho, no quería comer, su cuerpo no aguantaba cuando andaba ni tampoco cuando estaba echada.
Como heredera de la cosmovisión andina, sabía que las plantas medicinales podían ayudarla, así que preparó algunas bebidas “calculando, calculando”, pues no sabía cuánto hervir para un brebaje o cuánto triturar para una pomada.
No pasó mucho tiempo hasta que comenzó a manejar bien las dosis y recuperar los saberes de su Apurímac ancestral. Poco a poco, se consagró al oficio milenario de curar cuerpos y espíritus con la energía de las plantas. Debilidad, baja presión o inflamación son los síntomas de quienes mayoritariamente la buscan. Ella les coge los brazos y reconoce al tacto si la sangre está fluida solo en uno de los lados. De inmediato, junta sus hierbas y las tritura con tres claras de huevo sobre la piedra.
Si su remedio para beber es insuficiente, prepara un ungüento o un emplasto: a veces frota el mejunje sobre su paciente, otras veces lo arma como una compresa y lo coloca por unas horas sobre el convaleciente. Ella no habla de diagnósticos como los médicos, sino de lograr que aquella persona obtenga el equilibrio nuevamente.
Rosa Saldívar Taco tuvo 10 hijos, el primero a los 18 años. Uno de ellos ya falleció. Por otro lado, cuenta que su esposo, Domingo Gamarra Serrano, era huesero. Cuenta que él ayudaba a quienes venían con los “pies rotos” o los huesos dislocados. Ambos viven en una casa acogedora que fue hecha de adobe y techo de calamina. En vida, ella y su esposo ya la repartieron a sus hijos. Por eso, cuando dice que vive en la casa de su hija, se refiere en realidad a la parte que ella ya le heredó.